lunes, 8 de noviembre de 2004

Hegemonía o supervivencia

Tras la tormenta de las elecciones de EEUU, ahora viene el silencio, la "fiesta de la democracia". Nosecuantosmil abogados se han ido a sus cubiles para cantar el himno. Todos con su presidente. Así nos dicen que son los estadounidenses, cuando tienen miedo, buscan la figura paternal de su líder. Ahora todos los periodistas acreditados de la televisión dicen lo mismo "es lo que el pueblo ha elegido, el pueblo siempre tiene la razón". ¿Que pasa con las dudas de limpieza en el recuento? ¿por qué los demócratas han dejado a Bush hacerse otra vez con el poder sin apenas rechistar?.
Además, ¿Por qué los demócratas no plantearon una alternativa no belicista? ¿por qué apoyaron la Patriot Act?. Bueno, si muchos de nosotros tuvimos que ponernos una pinza en la nariz para votar, ellos habrán tenido que desenpolvar su máscara contra ataques químicos.

Lo que sí estamos oyendo de sobra estos días son las amenazas y desvaríos de los mandamases del pp, que tan integrados estaban (y están) en la ideología neoconservadora americana que pensaban (y piensan) que nuestro comportamiento sería como el de los estadounidenses. Con varias décadas del pp en el poder lo habrían conseguido, pero con su exagerada falta de moral lo que hicieron fué despertar la conciencia crítca de la gente de la calle. Les dieron la suficiente energía para superar el umbral del desencanto y se movieron. Espero que eso mismo pase en USA.

Hablando de esta democracia aparente, en el lúcido libro "hegemonía o supervivencia", Noam Chomsky escribe:

"El desencanto con la democracia formal también ha sido evidente en Estados Unidos y se ha incrementado durante el periodo neoliberal. Las "elecciones robadas" de noviembre de 2000 dieron mucho que hablar y, en ese sentido, fue una sorpresa lo poco que parecían importarle a la población. Algunos estudios de opinión pública sugieren motivos probables de dicho comportamiento y revelan que, en vísperas de las elecciones, tres cuartas partes de la población las contemplaban como un juego entre grandes contribuyentes, líderes de partido y la industria de las relaciones públicas, que perfilaron a los candidatos para que dijeran "prácticamente lo que fuera con tal de salir elegidos". En casi todas las cuestiones debatidas, los ciudadanos fueron incapaces de distinguir las posturas de los dos candidatos, tal como se pretendía. Las cuestiones sobre las que el pueblo suele diferir de la élite no suelen estar en el programa. Fueron las "cualidades personales" y no las"cuestiones" aquello que se les presentó a los votantes. Entre éstos, notablemente mal dispuestos hacia los ricos, los que perciben que sus intereses de clase están en juego tienden a votar para protegerlos: por el más reaccionario de los dos socios financieros. Sin embargo, el pueblo en general divide el voto de otras maneras, a veces, como en el 2000, ocasionando un empate estadístico. Entre los trabajadores, cuestiones de corte no económico como la posesión de armas y la "religiosidad" fueron factores primordiales, de modo que la gente a menudo votó en contra de sus propios intereses básicos, al parecer asumiendo que no había muchas opciones. En 2000, el sentimiento de "impotencia"alcanzó el más alto nivel registrado, situándose por encima del 50%.
Lo que nos queda de la democracia es básicamente el derecho a escoger entre productos. Los líderes financieros ya explicaron tiempo atrás la necesidad de imponer a la población una "filosofía de la futilidad" y una "falta de propósito en la vida", para "concentrar la atención humana sobre las cosas más superficiales entre ellas el consumo moderno". Asediada desde la infancia por esa propaganda, la gente puede tender a aceptar unas vidas subordinadas y sin sentido y olvidarse de la ridícula idea de gestionar sus propios asuntos. También puede entregar su destino a gestores empresariales y a la industria de las relaciones públicas y, en el ámbito político, a quienes se autodescriben como "minorías inteligentes" que sirven y administran el poder"

Se puede ser optimista al ver que nunca en mucho tiempo la ciudadanía de todo el mundo (incluídos los EEUU) ha estado tan concienciada. Las manifestaciones de cientos de miles se han convertido en algo normal. Cuando alguien participa de alguna manera en revindicar algo rompe una especie de tabú que impone la normalidad. Ese cambio en la conciencia colectiva es una esperanza. Tal vez en un futuro podamos hacer democracia nosotros. Si nos dejan


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