miércoles, 15 de junio de 2005

Santa guillotina

En su libro “la guillotina y la figuración del terror” Daniel Arasse se acerca al mito de la guillotina, representación del estado-máquina, máquina uniformizadora de todo individuo, instrumento quirúrgico que asesina de forma humanitaria.
Al final de cada ejecución, de cada sacrificio, el verdugo, abnegado funcionario, muestra la cabeza al pueblo repitiendo el ritual de la decapitación del rey divino y la consagración de la república. Como nos cuenta Arasse:

"Madame de Stäel, en sus Considerations sur la Révolution française evoca la similitud entre la guillotina y la forma de gobierno: “La máquina de terror, cuyos resortes habían hecho aumentar los acontecimientos, ejercía por sí sola todo el poder. El gobierno residía en el horrendo instrumento que provocaba la muerte, ya que se veía más el hacha que la mano que la movía”. La fórmula es brillante. Pero se trata de algo más que de una simple similitud trazada en forma de metáfora; en efecto, el funcionamiento de la máquina manifiesta un principio de gobierno y la guillotina cumple por ello una función casi didáctica, precisamente política."

Esa máquina racional era un símbolo de un nuevo Santo Estado banalizador al que no le faltaban los cantos religiosos, como esta oración citada en el mismo libro:

"Santa guillotina, protectora de los patriotas, ruega por nosotros.
Santa guillotina, espanto de los aristócratas, protégenos.
Máquina amable, ten piedad de nosotros.
Máquina admirable, ten piedad de nosotros.
Santa guillotina, líbranos de nuestros enemigos.

(Con la música de La Marsellesa)
¡Oh, celeste guillotina!
Tú menguas reinas y reyes.
Por tu divina influencia
hemos nuestros derechos reconquistado (bis).
Sostén las leyes de la patria
y que tu soberbio instrumento
devenga siempre permanente
para destruir una secta impía.
Afila tu acero para Pitt y sus agentes.
¡Colma, colma tu saco divino de cabezas de tiranos!"

Máquina amable, ten piedad de nosotros. Un Dios por otro Dios.

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