jueves, 25 de noviembre de 2004

Nuestra sociedad de control

Toda sociedad ha tenido unas normas implícitas que determinan los comportamientos posibles. Cada cultura dicta "las reglas y las reglas para transgredir las reglas", y "estructura" nuestro libre albedrío. No son sólo límites, también potencialidades: sin cultura, sin lenguaje, sin sociedad, no hay humanidad.

Lo que realmente caracteriza a la sociedad industrial es el diseño sistemático de esas normas por una elite mediante la Ingeniería Social, hay personas que han dirigido el rumbo de los más íntimo de nuestra forma de ser y para ello han manipulado la familia, la arquitectura, las leyes, la moral... y lo han hecho conscientemente, con un fin acorde a sus intereses.
Sobre esta historia de la tecnocracia social, y en concreto sobre la invención de la actual organización familiar, habla Philippe Meyer en el libro "El niño y la razón de estado":

""Mientras el orden modifica y reemplaza esta extraña naturaleza humana, la policía repara el daño que hace a la población una sociedad muy numerosa. El jardinero, es decir, el Gobierno, cuida de su semilla y se ocupa de las generaciones futuras". Sebastián Mercier (Tableau de París, 1781)

En su tarea de gestión de la sociedad, de producción y difusión de una educación única, láica y obligatoria, el Estado procede como un jardinero. En la profusión de las formas de vida no cesa de cortar, arrancar, plantar, podar, injertar, reproducir, despoblar...
Se puede decir, sin duda que la actual familia comienza a constituirse cuando la sociedad abandona la calle “lugar de los oficios, la vida profesional, pero también de las habladurías, las conversaciones, los espectáculos los juegos... el marco familiar de las relaciones sociales”.
Cuando la monarquía realiza la unificación política, y se orienta hacia la ingeniería social, es en la ciudad donde primero empieza a trabajar. Richeliu, haciendo edificar una ciudad ideal en los confines de Turena y Poitou, manifiesta el proyecto de un espacio de orden, modelado por el monarca-arquitecto social, y son sometidas a la razón de estado “las viejas ciudades, tan mal trazadas en relación con estas plazas regulares que un ingeniero proyecta en su fantasía en una llanura, de las que se diría que ha sido la fortuna, más que la voluntad de los hombres quien las ha dispuesto así”. (Descartes: discurso sobre el método)


La “reforma”, la regularización de la ciudad, es dirigida por Colbert, y a partir de 1667 por el primer lugarteniente de Policía, La Reynie. Las operaciones militares capturan a más de treinta mil “marginales” de la corte de los milagros que éstas destruyen. El relieve de París es aplanado; allanada la colina de Saint Roch, las casas son alineadas y numeradas; las calles, remodeladas e iluminadas, los edificios monumentales van a ordenar la circulación y a especificar las funciones sociales; se abren nuevos establecimientos para encerrar o evacuar a aquellos que no tienen “ni domicilio conocido ni trabajo fijo”; se ha puesto en pie un plan de la ciudad. De lugar común, de espacio general de sociablilidad, la calle pasará a ser un espacio monofuncional destinado a la circulación. De territorio habitado pasa a ser territorio atravesado, lugar de tránsito. La transformación de la ciudad pasa en primer lugar por la eliminación de lo que Restif de la Bretonne llama “las calles filadelfianas, donde dos personas que se cruzan no pueden pasar sin abrazarse”. Consagrada a la circulación (fluída si es posible) la calle se convierte en objeto y terreno de control, eje del impulso y penetración de una “policía preparada” que “permite al primer Magistrado saber más cosas sobre cualquier ciudadano de las que saben sus vecinos o aquellos que frecuentan asiduamente su casa” (oficial de la gendarmería: 1749). Por tanto, la constitución de la villa como espacio rebulable se realiza mediante lo que Bentham llama “un simple producto de la arquitectura” y su conversión en espacio de normalización a través de la penetración y ocupación del terreno.


En el nuevo orden urbano, la familia será arrancada, expulsada de su medio. Abandonada a sí misma, deberá progresivamente reemplazar ella sola las funciones hasta entonces asumidas en la calle por la sociedad. En la diversidad urbana y social el niño aprendía la vida. Es decir, que la transmisión de conocimientos y culturas se realizaba por medio del aprendizaje directo, por impregnación, el niño no estaba separado de una comunidad en la que tenía parte activa y a cuyo desarrollo contribuía.
También hay que decir, que si no estaba clasificado aparte en función de su edad, tampoco lo estaba apenas como propiedad de tal o cual pareja. En la relación social de la calle el niño no es de nadie a fuerza de ser casi todo el mundo.
El nuevo ordenamiento de la ciudad instaura la división entre espacio público y privado, el Estado se apropia del primero, remitiendo la espontaneidad social al segundo. "


Vivimos dentro de una sociedad de control donde los deseos están preestablecidos, previstos, construidos, tenemos una sensación de libertad porque hemos elegido el camino, pero nuestra elección no es libre porque las opciones han sido diseñadas por otros. Deleuze ponía el ejemplo de las autopistas "con una autopista no se encierra a la gente, pero haciendo autopistas, se multiplican los medios de control".

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