Max Aub, la gallina ciega, 1971
La época de la mediocridad de lavadora, la del opio de las comodidades, la del abrazo maternal de las inercias, se acaba. Fue un largo proceso el extermino de la ilusión. Termina cuando la creencia en la capacidad de uno mismo para cambiar el mundo y amoldarlo es expulsada de lo posible. La revolución social, asesinada, es un fantasma que acompaña a las hadas y los duendes.
Una vez derrotados, por cansancio, o por la fuerza, a los que exigían la libertad para ser felices, se les ofreció un simulacro. Un bien estar vacuo a cambio de su libertad. El bienestar de la clase media. Todos los proletarios pensaron que eran burgueses, vestían como burgueses, comían como burgueses. Pero trabajaban como animales. No tardarían en ser esclavos que compraban alimento para su espíritu, vaciado de antemano por el estado.
Ese proceso ha terminado. Los esclavos ya no desean tanto. No piden libertad, sólo comodidad.
Y por eso, porque ahora buscan felicidad para poder vivir los señores les darán avidez, hambre y medicinas.
El futuro ya no es de los electrodomésticos. Ya no es tiempo de placeres consumistas. El estado puede apretar un poco más. La zanahoria ya no es el mito de una felicidad moldeada por el estado. La nueva zanahoria que tirará de nosotros será una salud moldeada por el estado. No tardaremos en rogar un antídoto para dolencias invisibles, diseñadas de antemano a la medida del poder.
No es algo tan nuevo, es una variación materialista del mecanismo social de control de la Iglesia. Al gestionar el Pecado ofreciendo una ilusión de salvación, el poder obtenía sumisión a sus normas. Ahora, que al hombre occidental no le queda alma (está, junto a la revolución social, en el mundo de los fantasmas); sólo le queda el cuerpo. El estado gestionará la enfermedad vendiendo la salud a cambio de sumisión. Es una forma de control. Hay muchas más.
Pronto la salud, yacerá junto a la revolución social, el alma, las hadas y los duendes en el mundo de los mitos. Por suerte, los mitos tienden a volver con más fuerza cuanto más hondo los entierras.
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